Comentario
En un país fuertemente centralizado como fue -bien es cierto que según las épocas y en grados diversos- el Egipto antiguo, se hizo necesario organizar y mantener una poderosa administración, muy estructurada y jerarquizada. A la cabeza de la burocracia se encontraba el visir, en ocasiones uno en el norte y otro en el sur. El visir del norte vivía en Heliópolis y el del sur en Tebas. Cada una de las zonas se dividía en provincias llamadas nomos, que estaban dirigidas por los gobernadores de nomos y los condes. Estos personajes irán adquiriendo cada vez más parcelas de poder, especialmente en los momentos de decadencia como en los periodos intermedios. A su vez las provincias estaban divididas en distritos a cuyo frente se situaba un funcionario que dependía del visir. Era frecuente que el visir enviara mensajeros a las provincias y distritos que servían de enlace entre los diferentes niveles de la administración. Estos mensajeros debían informar en tres ocasiones al año a sus superiores jerárquicos. Con este sistema se intentaba evitar la feudalización del país.
El visir tenía en sus manos la justicia, al ocuparse de reprimir los abusos de poder, el respeto de los testamentos y el nombramiento de jueces, presidiendo el tribunal en casos importantes. A su cargo también tenía la vigilancia de los trabajos públicos y era el receptor de la información referente a las crecidas del Nilo. La hacienda pública era su responsabilidad, al tener competencias sobre la recaudación de impuestos, tributos que eran recabados por funcionarios locales. Se puede decir que el visir gobernaba Egipto ayudado de su corte de funcionarios, quienes formaban una clase privilegiada a la que se colmaba de constantes premios y favores. Entre estos privilegiados debemos situar a los escribas, cuyo sueldo anual ronda los 50 deben de cobre, a los que se descuenta el 10 % como impuesto sobre la renta personal. Las retribuciones aumentan al ascender en la jerarquía administrativa. Los escribas de la contabilidad tenían fama de ser los más ricos y poseían casa con cuidados jardines, un elegante coche, una barca de paseo, se vestían con costosos vestidos y perfumes, no faltando la buena mesa y el buen vino, servido todo ello por criados, lacayos y sirvientes.